Una nueva era
Hubo un tiempo, no muy lejano, en que la humanidad aguardaba con ilusión una nueva era del ocio y las máquinas prometían liberar a todo el mundo de la monotonía del trabajo. Cierto que de vez en cuando tendríamos que pasarnos por la oficina o por la fábrica, echar un vistazo al computador, accionar mandos, firmar facturas, pero el resto de la jornada lo pasaríamos divirtiéndonos por ahí. Con tanto tiempo libre a nuestra disposición, palabras como prisa acabarían por desaparecer del vocabulario.
Resulta que hacer las cosas más despacio suele significar hacerlas mejor: temas como salud, trabajo, familia, cocina, sexo. Todo mejora cuando se dispone del tiempo para hacer las cosas bien. La lentitud podría resumirse en una sola palabra y esa es equilibrio. Es necesario actuar con rapidez cuando tiene sentido hacerlo, y ser un poco más metódicos cuando la lentitud es lo más conveniente. Controlar los ritmos de la vida y decidir qué celeridad conviene en un determinado contexto significa reivindicar el derecho a establecer nuestros propios tiempos. Podremos vivir mejor si consumimos, fabricamos y trabajamos a un ritmo más razonable.
La ilusión de la velocidad es la creencia de que ahorra tiempo, pero, en realidad, la prisa y la rapidez lo aceleran. En el mundo actual, la lentitud es un término que aún nos resulta extraño, pero en definitiva, necesitamos ir más despacio para poder sobrevivir. Pasito a pasito, suave suavecito, poquito a poquito. Es un ritmo que nos ha acompañado en los últimos tiempos y que ha causado furor en todo el mundo.
Quién le iba a decir a Luis Fonsi que con Despacito estaba declarando los principios de un estilo de vida para nuestra era, para un tiempo de velocidad y de prisa, para una modernidad velociferina. Vivimos corriendo, sumidos en la rapidez, la prisa y lo inmediato; el running es el epítome de nuestro tiempo. Corremos como pollos sin cabeza, viajando hacia ninguna parte, en una rueda sin fin como ratones de laboratorio.
Ante este panorama apresurado, acelerado, necesitamos parar, sosegarnos, reflexionar, determinar fines para la vida buena, tomar perspectiva. Mirar, contemplar, recrearse, fijarse en el detalle, caminar y no correr, y construir nuestro presente mientras caminamos.
La prisa significa llenarse la vida con actividades
La razón exige demora mientras la prisa nos carga de sesgos y prejuicios. Y aunque nuestro modo de pensamiento rápido pueda resultar adaptativo en muchas circunstancias, la falta de reflexión y de sosiego nos aboca a la irracionalidad y a las malas decisiones. La prisa es llenarse la vida con actividades febriles, de suerte que no queda tiempo para afrontar las verdaderas cuestiones, lo esencial. Sin embargo, la prisa en la que vivimos no responde casi nunca a que tengamos cosas importantes que hacer con urgencia, sino a los requerimientos de un modo de vida que trata de mantenernos distraídos y ocupados todo el tiempo.
La vida móvil y precaria
Por un lado, los teléfonos móviles y las redes sociales están diseñados para captar nuestra atención el mayor tiempo posible y con la mayor intensidad, a fin de mercantilizar y monetizar esta atención al máximo. El sistema 24/7 también mina la paciencia y las deferencias individuales que son cruciales para cualquier forma de democracia directa: la paciencia de escuchar a los otros y de esperar a que llegue el turno para hablar. El problema de esperar, de intervenir por turnos, está ligado a una incompatibilidad más amplia del capitalismo del 24/7 con cualquier práctica social en la que intervengan el compartir, la reciprocidad o la cooperación.
Equivocarse está bien
Es imposible terminarlo todo en nuestras sociedades del rendimiento, da igual si nos proponemos mucho o poco. La impresión de no poder concluir nunca algo satisfactoriamente conduce a un remolino que nos hunde incesantemente. Nos falta tiempo para todo lo que hacemos, utilizamos menos tiempo y sin embargo tenemos menos tiempo que la generación anterior. Cuanto más nos apresuramos, menos tiempo nos queda. Y el tiempo se convierte en un instrumento de dominación porque hay una insatisfacción constante por el tiempo (supuestamente) desperdiciado.
Las facilidades de las que disponemos hoy para comprar, movernos, trabajar, comunicarnos, son micro-liberaciones que constituyen, por otro lado, aceleraciones de un sistema que nos aprisiona más fuertemente. Aquello que parece liberarnos del tiempo y del espacio nos aliena en la velocidad y la prisa. La ilusión de la velocidad es la creencia de que ahorra tiempo. Pero en realidad, la prisa y la velocidad aceleran el tiempo, que pasa más rápidamente, acortando los días. Estar con prisa significa hacer varias cosas a la vez y rápidamente y el tiempo se llena hasta estallar, como en un cajón mal arreglado donde metes un montón de cosas sin orden ni concierto.
Hacer dos cosas a la vez resulta algo muy inteligente. Como la mayoría de la gente, miramos el celular mientras miramos la televisión. La vida entera se ha convertido en un ejercicio de apresuramiento, el objetivo es completar el mayor número posible de tareas por hora. Y no se trata solo de mí. Todas las personas que me rodean están atrapadas en el mismo vórtice.
¿Cuándo ha visto por última vez a alguien que se limitara a mirar por la ventanilla de un bus un carro o un avión? Todo el mundo está muy ocupado leyendo, absorto en un videojuego, escuchando música con auriculares, trabajando en el computador portátil o charlando por el teléfono móvil.
¿Cómo es que vamos todo el día "con el turbo puesto" y apenas tenemos tiempo para nada? El mundo rápido en el que vivimos nos ofrece un billete de ida hacia la extenuación, para el planeta y para quienes lo habitamos. Pero ¿existe otra manera de vivir, más plenamente? Pensemos en esto ¿Qué es lo primero que hace al despertarse por la mañana? ¿Correr las cortinas para admirar el día? ¿Darse la vuelta para apretarse contra su pareja? No, lo primero que hace, tanto usted como todo el mundo, es consultar la hora. El reloj nos señala el rumbo, nos dice cómo hemos de reaccionar. Si es temprano, cerramos los ojos e intentamos dormirnos; si es tarde, corremos.
A partir de ese momento, el reloj manda. Y sigue haciéndolo el resto del día, instándonos desde cualquier lugar a no quedarnos rezagados. En nuestro mundo moderno, al margen de lo rápido que vayamos, el día nunca tiene suficientes horas. El mundo capitalista aceleró la marcha y las horas resultaron insuficientes para la cantidad de cosas que era preciso realizar. Antes de la llegada del reloj, las personas comían cuando tenían hambre y dormían cuando tenían sueño. Sin embargo, desde el principio, saber la hora fue de la mano con decirle a la gente lo que debía hacer.
Nuestro siglo, que empezó y se ha desarrollado bajo la insignia de la civilización industrial, primero inventó la máquina y luego la tomó como un modelo de su vida. Estamos esclavizados por la velocidad y todos hemos sucumbido al mismo virus insidioso: vivir rápido, una actitud que trastorna nuestros hábitos, invade la intimidad de nuestros hogares y nos obliga a ingerir la llamada comida rápida.
Vivir plenamente
Es inevitable que una vida apresurada se convierta en superficial. Cuando nos apresuramos, rozamos la superficie y no logramos establecer verdadero contacto con el mundo, con nosotros mismos o con las demás personas. ¿Cómo adoptar una vida más tranquila?
- Consumo del ocio: sin darnos cuenta consumimos ocio rápido, compulsivamente. Boredom, la palabra inglesa que designa el aburrimiento, no existía hace ciento cincuenta años, y es que el hastío es una invención moderna. Si eliminamos todos los estímulos, nos ponemos nerviosos, nos entra el pánico y buscamos algo, lo que sea, para llenar el tiempo. En esta era atiborrada de medios de comunicación, rica en datos, hemos perdido el arte de no hacer nada, de cerrar las puertas al ruido de fondo y a las distracciones, de aflojar el paso y permanecer a solas con nuestros pensamientos.
- El trabajo: millones de personas van a trabajar incluso cuando están demasiado cansadas o enfermas para ser eficaces. Y son también millones las que no toman todas las vacaciones a las que tienen derecho. Esa manera de actuar es una locura. Trabajar tan duro es malo tanto para nosotros como para la economía. El exceso de trabajo deja menos tiempo y energía para el ejercicio y nos hace más proclives a tomar alimentos de una manera cómoda pero inadecuada. Las empresas también pagan un alto precio, es de sentido común: somos menos productivos cuando estamos cansados, estresados, nos sentimos desdichados o enfermos. A menudo, trabajar menos significa trabajar mejor.
- La familia: las últimas generaciones de mujeres se han criado en un ambiente que les ha hecho creer que poseerlo todo es un derecho y un deber. Pero “poseerlo todo” ha resultado ser un cáliz envenenado. Están hartas de ser “supermujeres”.
- El sexo: sin duda, la mayoría de nosotros podría dedicar más tiempo a hacer el amor. Nos parece que nuestro mundo está saturado de sexo en los medios de comunicación, pero la verdad es que dedicamos muy poco tiempo a practicarlo. Trabajar menos horas es una manera de liberar energía y tiempo para dedicarlos al sexo (como cuando estamos de vacaciones). Los seres humanos necesitamos conexiones, deseamos intimidad, pero las relaciones son complejas y precisan tiempo, trabajo, dedicación y cuidado. Apelar a la tecnología (como hacen algunos desde webs de citas y contactos) es una trampa y un engaño. Y más aún, la gente usa muchas veces sus smartphones para escapar de las demandas de intimidad. Si la primera cosa que usted toca por la mañana y la última por la noche es su teléfono móvil y no a su pareja, hay un problema sobre sus prioridades.
- La mente: para que el vivir despacio se arraigue en nuestras vidas, necesitamos cambiar nuestra manera de pensar, necesitamos aprender a aquietar nuestra mente, a liberarla en algún momento de los continuos estímulos que la empujan frenéticamente hacia delante. Para ello, nada mejor que la meditación. Incluso sobre las mentes más rápidas, confusas y estresadas, vierte calma y tranquilidad.
- El cuerpo: la meditación actúa sobre nuestro sistema nervioso y sobre nuestra energía, ayudándonos a desarrollar un estado de ánimo lento. Nos revitaliza cuando hemos estado perdiendo nuestra salud o nuestra plenitud por estrés, ansiedad, enfermedad y exceso de trabajo. La meditación y la respiración nos hacen más sanos y lentos.
Vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir, estamos atrapados en la cultura de la prisa y de la falta de paciencia, en un estado constante de hiperestimulación e hiperactividad que nos resta capacidad de gozo, de disfrutar de la vida.