
Adaptación del artículo original de Larry Wilson — SafeStart International.
En seguridad, solemos poner la mirada en los riesgos visibles: máquinas sin guardas, alturas sin líneas de vida, sustancias químicas sin rotular. Sin embargo, hay un enemigo que rara vez está en los reportes, pero que se infiltra en cada jornada: la complacencia. Eso “siempre lo hacemos así”, el “nunca pasa nada”, o la confianza excesiva en la experiencia, se convierten en detonantes de accidentes que parecían imposibles. No hay sirenas que adviertan, ni música de suspenso como en una película: la complacencia actúa en silencio, hasta que de repente, alguien resulta herido… o peor....
Cuando la rutina se vuelve trampa. La complacencia aparece cuando la repetición anestesia la percepción del riesgo. Una tarea hecha cientos de veces lleva al trabajador a operar en piloto automático, sin detenerse a pensar si el entorno cambió, si el equipo está en condiciones, si la fatiga afecta su coordinación.
Un ejemplo común: un operador que no ajusta correctamente su arnés “porque solo son dos metros”, o un montacarguista que cruza un pasillo mirando el celular porque “ya conoce la ruta”. El problema no es la falta de conocimiento, sino la falsa seguridad que otorga la costumbre.
Historias que dejan lecciones. Un inspector recién llegado a una empresa de almacenamiento observó cómo el izaje de tubería se hacía con un solo lazo, sin cuerdas guía. Al recomendar un método seguro, el operario respondió: “Siempre lo hacemos así y nunca pasa nada”. Horas después, un movimiento brusco hizo que la carga golpeara la cabina de la grúa, hiriendo al trabajador.
El incidente no fue producto del azar. Fue la consecuencia de ignorar las alertas, de permitir que la presión por cumplir plazos pesara más que la seguridad. La complacencia cobró factura.
La mente: el principal equipo de protección. El mayor riesgo de la complacencia es tener “la mente fuera de la tarea”. Cuando el miedo inicial desaparece, dejamos que los pensamientos se dispersen: en la familia, en las cuentas, en la lista de pendientes. Y entonces, la herramienta más valiosa —la atención— queda inactiva. Todos recordamos caídas, golpes o cortes que ocurrieron en segundos de distracción. No porque no supiéramos cómo hacer la tarea, sino porque no estábamos realmente en ella.
HSE: líderes contra el hábito del descuido. Los profesionales en seguridad industrial saben que combatir la complacencia no se resuelve solo con equipos de protección ni con reglamentos colgados en las paredes. Requiere liderazgo, acompañamiento y, sobre todo, empatía. El rol del HSE no es solo vigilar ni sancionar. Es despertar conciencia, ayudar a que cada trabajador entienda que el riesgo nunca desaparece del todo. Que “ayer no pasó nada” no garantiza que hoy tampoco ocurra.
Estrategias para vencer la complacencia. Existen técnicas sencillas que marcan la diferencia:
1. Mover los ojos antes que el cuerpo: mirar antes de actuar evita errores de tracción o agarre.
2. Buscar la línea de fuego: anticipar hacia dónde puede moverse un objeto, un vehículo o una carga.
3. Romper la rutina: alternar tareas, variar enfoques y promover pausas activas para evitar el piloto automático.
4. Fomentar la comunicación: un “alto” a tiempo, dicho con respeto, puede salvar una vida.
5. Promover la autoconciencia: enseñar a los trabajadores a reconocer cuándo su mente está divagando.
Más allá de las estadísticas. Cada año, miles de personas pierden la vida por accidentes laborales que pudieron evitarse. Detrás de esas cifras hay familias que no volvieron a ver a sus seres queridos. Hay hijos que esperan a un padre que nunca regresó del turno. La complacencia no distingue entre expertos y novatos, entre empresas grandes o pequeñas: ataca donde encuentra confianza excesiva y atención dormida.
Cultura de respeto al riesgo. El gran desafío para los equipos HSE es cultivar una cultura donde el respeto al riesgo sea más fuerte que la costumbre. Una cultura que premie al trabajador que se detiene a hacer una verificación, aunque parezca perder tiempo. Donde no se ridiculice al que pide ayuda, sino que se le reconozca por actuar con responsabilidad.
Porque al final, la complacencia solo se vence cuando cada persona entiende que la seguridad no es una formalidad, es un acto de amor: hacia la propia vida y hacia quienes esperan en casa.
Reflexión final
El ciclista atropellado por un camión a plena luz del día, el operador golpeado por un movimiento brusco, el trabajador que no se colocó el arnés porque “solo eran dos metros”. Todas son historias distintas con un mismo desenlace: la complacencia quitó del juego la atención y encendió la tragedia.
HSE, líderes, trabajadores: todos tenemos un rol en este desafío. No basta con saber qué hacer, hay que hacerlo siempre. No basta con repetir que la seguridad es primero, hay que demostrarlo en cada decisión.
La complacencia seguirá siendo un asesino silencioso mientras sigamos creyendo que nunca nos pasará. El momento de despertar es ahora.
Este artículo es una adaptación del texto original de Larry Wilson, creador del programa SafeStart, publicado originalmente bajo el título “Complacency: The Silent Killer” (SafeStart International).
Adaptado y reescrito con fines educativos y de reflexión para profesionales HSE, respetando la autoría original y conservando el espíritu del mensaje.
Adaptado y reescrito con fines educativos y de reflexión para profesionales HSE, respetando la autoría original y conservando el espíritu del mensaje.